He hablado muchas veces sobre esta diferencia, pero la verdad es que no me canso de compartir el abismo que separa una vida con las gafas del ego y una vida con las gafas de la esencia.
Al nacer, ningún bebe puede valerse por sí mismo. Depende de otras personas para poder sobrevivir. Los expertos cuentan que al nacer se genera nuestro primer trauma: la separación. Dentro del útero materno, el bebé se siente conectado y unido a la madre y, por ende, a todo lo demás. Cuando nacemos se produce la des-conexión con la madre y “ese sentir” de ser parte de todo. En ese mismo momento, se pierde por completo el estado esencial , de plenitud en el que nos encontrábamos.
De pronto, el bebé tiene frío y hambre y comienza a “necesitar” seguridad y protección externa porque aún no es capaz de valerse por sí solo. Ahora necesita amor, ternura y cariño.
El mismo día en que nacemos vamos perdiendo contacto con nuestra “esencia”, es decir la semilla con la que nacimos que contiene la flor que somos en potencia. La esencia es el lugar en el que habita el amor, la paz, la plenitud y la felicidad, nuestros dones y talentos.
Cuando re-conectamos con nuestra esencia volvemos al estado inicial de unión y conexión que experimentamos cuando eramos niños. Desde la esencia encontramos la posibilidad de sentirnos plenos, completos por nosotros mismos, sin necesidad de seguir buscando afuera amor, seguridad o confianza. Vivir conectados a nuestra esencia es vivir con sabiduría, responsabilidad, libertad, amor, proactividad y confianza.
Vivir desde la esencia es ser la mejor versión de nosotros mismos. Es vivir relajado, pleno y tranquilo independientemente de las circunstancias externas.
La esencia es energía pura, es luz.
“Debido a nuestro complejo proceso de evolución psicológica, desde el día en que
nacemos nos vamos desconectando y enajenando de nuestra esencia, la cual queda
sepultada durante nuestra infancia por el «ego». Así es como perdemos, a su vez, el
contacto con la felicidad, la paz interior y el amor que forman parte de nuestra
verdadera naturaleza. Y, como consecuencia, empezamos a padecer una sensación de
vacío e insatisfacción crónicos.” Borja Vilaseca
El ego es una identidad falsa que vamos creando al ir creciendo. Esta identidad se va creando con la información que vamos recogiendo mientras crecemos. Vamos creando capas y capas de información que, lentamente, nos alejan de nuestro verdadero ser. El ego se convierte, en realidad, en una máscara protectora que intenta protegernos del abismo emocional que supone el no poder valernos por nosotros mismos ni sobrevivir solos durante un largo periodo de nuestras vidas. En ésta máscara hemos ido archivando “creencias erróneas y limitantes” para intentar acomodarnos en la sociedad y cultura en la que nos haya tocado crecer, pero que se alejan mucho de lo que verdaderamente somos.
El ego se alimenta de todas nuestras inseguridades, traumas, heridas y complejos. Y por mucho que queramos identificarnos con él, con este personaje que hemos creado, no somos nuestro ego, somos mucho más que eso. Pasear por la vida con las gafas limitantes de esta máscara nos imposibilita re-conectar con nuestra esencia y descubrir todas las posibilidades que existen en la vida.
El ego no es ni bueno ni malo, en cierta manera tenemos que agradecer su existencia porque sin él no sé si podríamos haber sobrevivido en nuestros primeros años de vida. El ego es necesario en nuestro desarrollo. De hecho, gracias al sufrimiento que nos causa vivir con la máscara puesta, es que, antes o después, reaccionamos, comenzamos desafiar nuestras creencias y emprendemos el viaje de vuelta a la verdad, a quienes somos en esencia. Se trata, entonces, de aceptar quienes somos y empezar a caminar hacia la armonía con nosotros mismos y con los demás, caminar hacia una vida plena.
“El ego y la esencia son como la oscuridad y la luz que conviven en una misma habitación. El interruptor que enciende y apaga cada uno de estos dos estados es nuestra conciencia. Cuanto más conscientes somos de nosotros mismos, más luz hay en nuestra vida. Y cuanta más luz, más paz interior y más capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que escapan a nuestro control.” Borja Vilaseca.
Cariños, Natalia
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